A medida que aumentan las pruebas que relacionan la calidad del sueño y los ritmos circadianos con la salud física, el rendimiento cognitivo y el bienestar mental, muchos científicos y profesionales de la salud se interesan por el horario de verano. Hay mucho más que una hora de sueño en juego con este cambio de hora. Por supuesto, en esta época de privación crónica del sueño, esa hora no debería considerarse una pérdida primaveral sin consecuencias. Sin embargo, también es la prolongación artificial de las horas de luz hasta la noche lo que puede hacer que el horario de verano sea perjudicial para la salud.
La calidad del sueño es esencial para la salud
El horario de verano perturba el sueño. La calidad del sueño, es decir, una cantidad y calidad suficientes que le permitan moverse con éxito a través de todas las etapas del sueño, afecta a la salud física y cognitiva de varias maneras. La interrupción del sueño, incluido el hecho de no dormir lo suficiente, puede tener efectos negativos de gran alcance a corto y largo plazo sobre la salud y el bienestar. Los efectos a corto plazo incluyen una disminución del rendimiento cognitivo, especialmente en los ámbitos de la memoria y el aprendizaje, un mayor riesgo de trastornos emocionales y del estado de ánimo y un mayor riesgo de lesiones laborales y accidentes de tráfico. A largo plazo, aumenta el riesgo de padecer algunos tipos de cáncer, obesidad, diabetes de tipo 2, depresión clínica y enfermedades cardiovasculares.
Los distintos patrones de impacto sugieren que el horario de verano es malo para muchos
Dependiendo de la persona, la adaptación al cambio de horario de verano suele llevar entre tres días y una semana. Sin embargo, no todas las personas son típicas. Algunas personas tardan mucho más tiempo en adaptarse y otras nunca llegan a hacerlo del todo. Para quienes padecen una enfermedad crónica, ese periodo de adaptación puede ser duro e incluso peligroso. Los patrones de incidentes cardíacos ofrecen un claro ejemplo de ello.
Numerosos estudios apuntan a un patrón distinto de incidentes cardíacos adversos asociados al horario de verano. El número de infartos de miocardio y accidentes cerebrovasculares suele aumentar en los días inmediatamente posteriores al cambio de hora. Curiosamente, un estudio de 2014 publicado en Open Heart descubrió que el número de infartos de miocardio el lunes siguiente al inicio del horario de verano aumentaba un 25 % y, a continuación, el martes siguiente a la vuelta al horario estándar en otoño, disminuía un 21 %.
Los cambios de hora de entrada y salida del horario de verano se asocian a un mayor número de infartos durante los días posteriores al cambio, así como a otras afecciones que influyen en el riesgo de infarto. Entre ellas se encuentran la hipertensión arterial y, en otoño, con la vuelta al horario estándar y la pérdida brusca de luz vespertina, un mayor riesgo de depresión.
Es mucho más que una hora
La pérdida brusca de luz vespertina es mucho más importante de lo que parece a primera vista. Lo mismo podría decirse del cambio horario, ya que ambos están relacionados por su importancia para el ritmo circadiano. El ritmo circadiano es un eslabón vital en el funcionamiento de todo el organismo, incluido el cerebro. Los impulsos eléctricos y las interacciones y reacciones químicas están en la base de todos y cada uno de los procesos corporales, desde la producción de hormonas hasta los procesos metabólicos esenciales y la capacidad del cerebro para comunicarse con el cuerpo. El ritmo circadiano ayuda a regular la sincronización de estos procesos mediante un sistema global de relojes corporales que influyen en las acciones y procesos físicos hasta el nivel celular. Un funcionamiento equilibrado y fluido ayuda a gozar de buena salud y a proteger al organismo de las enfermedades.
A lo largo de incontables generaciones, desde nuestros orígenes como especie, hemos evolucionado en conjunción con el patrón del día y la noche. Ese ciclo de aproximadamente 24 horas de luz y oscuridad forma parte de nosotros y de cómo funcionan nuestros cuerpos y mentes a un nivel profundo y mecánico. El horario de verano lo altera significativamente, y no sólo por la pérdida o ganancia de una hora de sueño.
Debido a ese antiguo patrón evolutivo, la luz es una de las principales señales ambientales de nuestro ritmo circadiano. Tenemos células sensibles a la luz en la retina y el cerebro que nos ayudan a ajustar el reloj corporal, influyendo así en la sincronización de las funciones corporales y las tareas cerebrales. El cambio artificial de las horas de salida y puesta del sol nos priva de los patrones de iluminación natural que necesitamos para ajustarnos sin problemas a los cambios estacionales, lo que permite la interrupción de los sistemas altamente complejos que apoyan la salud y el bienestar en los niveles más básicos. La ciencia está demostrando cada vez más que esta alteración está estrechamente relacionada con una amplia gama de enfermedades y afecciones crónicas.
Prepararse para mitigar el impacto
Aunque los científicos señalan que la hora estándar es la que mejor se ajusta a lo que nuestros ritmos circadianos necesitan para funcionar de forma óptima, muchos de nosotros seguimos teniendo que lidiar con el horario de verano. Prepararse para el cambio horario puede ayudar a mitigar el impacto. Comience a cambiar sus horas de vigilia y sueño gradualmente con una o dos semanas de antelación y practique una buena higiene del sueño. Añada a su rutina diaria un poco de actividad física a la luz del sol de la mañana para favorecer su ritmo circadiano. Aligere sus cenas y reduzca la cafeína durante la fase de transición horaria. Si la adaptación le resulta más difícil, considere la posibilidad de tomar un suplemento de melatonina para facilitar la transición.