La obesidad sigue siendo un grave problema sanitario en todo el mundo. En todo el mundo, más de mil millones de personas son obesas. La obesidad conlleva enormes riesgos para la salud y se asocia a una mayor probabilidad de desarrollar más de 60 enfermedades, entre ellas las cardiovasculares, la diabetes de tipo dos y el cáncer. En un estudio reciente, investigadores del Brigham and Women’s Hospital han podido arrojar algo de luz sobre por qué comer tarde aumenta el riesgo de obesidad, señalando por primera vez algunos de los mecanismos específicos implicados.
El estudio se centra en los mecanismos de la obesidad
Aunque se trataba de un estudio pequeño, también estaba muy bien estructurado, lo que permitió centrarse en los mecanismos específicos que pueden tener un papel en el aparentemente insoluble problema de salud de la obesidad. Como señalan los investigadores, los medios más habituales para combatir la obesidad -reducir la ingesta de calorías, aumentar la actividad física para quemar más calorías o una combinación de ambos- suelen tener menos éxito del esperado, ya que la pérdida de peso tarda en materializarse y no perdura a largo plazo. Los investigadores explican que esto se debe a otros muchos factores. Investigaciones anteriores demuestran que la obesidad provoca cambios en el sistema metabólico que pueden conducir a una desregulación que afecte a su funcionamiento general.
Así pues, para poder aislar con éxito algunos de los mecanismos que relacionan el comer tarde con un mayor riesgo de padecer obesidad, el estudio tuvo que ser rigurosamente controlado. Aunque comer tarde o por la noche se asocia desde hace tiempo a un aumento de peso y a una mayor dificultad para adelgazar, los científicos siguen trabajando para comprender mejor los mecanismos implicados.
Para este estudio, los investigadores analizaron cómo el momento de la ingesta de alimentos puede influir en el riesgo de obesidad. Al fin y al cabo, se trata de un factor fácilmente ajustable que está al alcance de la mayoría de la gente y que podría tener un valor práctico real para las personas que se enfrentan a este problema de salud.
En el estudio participaron 16 personas con sobrepeso u obesidad, según el índice de masa corporal (IMC). Tenían entre 25 y 59 años y entre ellos había 11 hombres y 5 mujeres. En el grupo de 16 participantes había cinco afroamericanos, tres asiáticos y un hispano. Aparte de su peso, todos gozaban en general de buena salud, practicaban una actividad física constante y desayunaban habitualmente. Ninguno de los participantes trabajó por turnos durante el año anterior al estudio. No se incluyó en el estudio a mujeres perimenopáusicas. La participación de las mujeres en el grupo se programó para evitar picos hormonales que pudieran sesgar los resultados del estudio.
Para el estudio, las participantes pasaron nueve días en el Centro de Investigación Clínica del Hospital Brigham and Women’s en dos ocasiones distintas, separadas por un intervalo de tres a doce semanas. Cada participante se preparó durante dos semanas antes de su primera estancia en el laboratorio, manteniendo un ciclo de sueño-vigilia constante y controlado. En los tres días previos a la visita al laboratorio, debían seguir una dieta estricta e idéntica, tanto en contenido como en horario.
Durante su estancia, los participantes en el estudio no tuvieron teléfono, acceso a Internet, radio ni visitas. La luz y la temperatura estaban estrictamente controladas y no hacían ejercicio. Siguieron una dieta estricta: algunos comían temprano y otros tarde. Los primeros comían 60 minutos después de despertarse, 250 minutos más tarde y 250 minutos después una tercera comida.
Los que comían tarde lo hacían cuatro horas más tarde que los que comían temprano. Cada comida no tardaba más de media hora en consumirse. Las percepciones del hambre y el apetito se registraron 18 veces al día durante el periodo de prueba. Se analizaron las hormonas reguladoras del hambre y la saciedad cada hora durante los días de prueba y se controló continuamente la temperatura corporal central.
Cómo comer tarde aumenta el riesgo de obesidad
Según los resultados del estudio, el horario de las comidas es importante. Comer tarde afecta a mecanismos y procesos específicos que, cuando se alteran, pueden aumentar el riesgo de obesidad. Los que comían tarde tenían el doble de probabilidades de tener hambre que los que comían temprano. También tenían un mayor deseo de comer carne y alimentos ricos en almidón y puntuaban más alto cuánto les gustaría comer.
Sus hormonas reguladoras del apetito confirmaron su percepción del hambre, con un aumento del 34% en la relación entre la grelina y la leptina durante las horas en que estaban despiertos. La grelina, a menudo llamada la hormona del hambre, aumenta las ganas de comer, mientras que la leptina, conocida por muchos como la hormona de la saciedad, indica que ya se ha comido suficiente. Cuando el mecanismo grelina-leptina se interrumpe, también lo hace la regulación del apetito, lo que prepara el terreno para un consumo excesivo de calorías. Los comedores tardíos también tenían una temperatura corporal central más baja, así como un menor gasto energético, lo que significa que quemaban menos calorías. Por el contrario, es más probable que almacenen esas calorías en forma de grasa.
Comer antes facilita el control del peso
Este detallado estudio confirma que consumir la mayor parte de las calorías a primera hora del día, cuando se es más activo, está más en consonancia con el ritmo circadiano, con el funcionamiento normal del cuerpo, y puede facilitar el control del peso. Se trata de un conocimiento práctico que cualquiera puede utilizar para optimizar su metabolismo y conseguir una pérdida de peso y una salud general óptimas.